Damaris Hurtado Pérez: Vidas Minúsculas. Pierre Michon
Autor colaborador: Maira Herrero, |
Pierre Michon posee una inteligencia narrativa que conmueve. Su prosa de frases largas y escasas pausas se lee prácticamente como poesía y obliga al lector a no perder el ritmo que impone su escritura, más como una partitura que como un texto. Maneja el lenguaje con precisión y su vasta cultura es el vehículo perfecto para contar sus historias.
Vidas Minúsculas, su primera novela (1984), se publicó en España por primera vez en 2002 y desde entonces se ha reeditado tres veces. Representa la bildungsroman, novela de formación o de aprendizaje que aborda un tiempo vital que produce cambios sustanciales y que marca la manera de cómo enfrentarse a la vida. Para Michon fueron los años en los que el latín se convirtió en su refugio, el saber en una necesidad, "los otros, los demás" en una lucha diaria y su meta la lectura de los clásicos. A través de ocho historias, algunas abarcan un ciclo vital completo, nos sumerge en su infancia hasta llegar a la juventud perdida en una búsqueda de sí mismo en el mundo de ayer. La pesada aventura del crecimiento terminaba, nos extrañaba que no fuera eterna. Siempre anda a vueltas con sus recuerdos, con el mundo rural donde creció y donde la climatología, la orografía, la vegetación, el olor, los sonidos, la luz … marcan la diferencia, y como todo ese estar pegado a la tierra le transforma, y forma una identidad a la que no puede renunciar. Biología y cultura son un todo que conforma una personalidad muy particular. La edad le ha devuelto a ese mundo que abandonó hace ya muchos años pero que nunca dejó, a Cards, un pequeño pueblo de la región de Lemosín en el corazón de Francia.
Michon es un maestro a la hora de describir a los protagonistas de esas historias. Los va retratando a base de pequeñas pinceladas, su composición es minuciosa y vuelve sobre ella una y otra vez hasta dar con lo que busca en un acto de creación absoluto haciendo visible lo invisible. En algunos casos la agudeza descarnada de sus descripciones resulta inquietante y perturbadora, pero la belleza de su lenguaje está por encima de sentimentalismo y se enfrenta a ellos sin concesiones y con honestidad. La estructura espacio temporal funciona como hilo conductor de la novela que avanza a través de decepciones y fracasos, al mismo tiempo que la tranquilidad de la aceptación de lo evidente no deja lugar al pesimismo. Siempre hay un resquicio para la ironía como cuando se refiere a esos enfermos de locura como gandules optimistas o incluso cuando habla de la muerte. Toda la narración deja patente la interacción íntima y constante que existe entre el escritor y los protagonistas de sus historias que le empujan hacia la edad adulta. … el mundo, que sólo es para nosotros el guardarropa donde vestir nuestra imagen.
Habla de ese tiempo identificable que lleva consigo pérdidas definitivas y explica la manera de estar en el mundo, esa conciencia de un tiempo roto para siempre en que el pasado va a crecer desmesuradamente. Al mismo tiempo, utiliza la muerte para explicar la vida, de niño supe que otros niños morían: […] había estado junto a ellos y sabía que estábamos hechos de la misma pasta; dudaba de que se convirtieran, como me aseguraban, en ángeles de pleno derecho. Esa manera de identificarse con los muertos estremece cuando se refiere a su padre como el Ausente, el gran ausente, (inaccesible y oculto como un dios) que habita su cuerpo deshecho por los excesos del alcohol y de los estupefacientes, un simple encuentro remueve el pasado que queremos olvidar, en ese desajuste del escritor con el mundo y en esa necesidad de reconciliación con él. Somos nuestra memoria que revela un discurso sobre el sentido de la vida y de cómo entenderla.
En Vidas Minúsculas está el germen de algunas de sus obras posteriores, ya tiene en la cabeza a Rimbaud el hijo, después de que cayese en sus manos, siendo todavía un niño, un artículo titulado Arthur Rimbaud, el eterno infante. También, está su amor por los grandes maestros de la pintura, Roger van der Weyden, Hals, Goya, Van Gogh qué más tarde reflejará en Señores y sirvientes.
Michon hace genealogía para entender su propia existencia, escucha y mira el pasado para encontrar en las pequeñas cosas el sentido del mundo. En un pasaje de la novela imagina que se abre como un libro que el mismo lee, (para regocijo del público), en esa idea de que los libros duelen y seducen. Es un narrador de primera mano en algunas vidas y de segunda en otras, cuando habla por lo que le han contado, para ahondar hasta una profundidad que falta el aire.
No hay nada más emocionante que encontrar libros que abran nuevos horizontes, no sólo por lo que dicen sino por cómo lo dicen, Vidas Minúsculas es uno de ellos: las cosas del pasado son vertiginosas como el espacio, y su huella en la memoria es deficiente como las palabras: (a pesar de ello) descubría que uno recuerda. La vida es el relato, la narración que la literatura nos ofrece.
Pierre Michon ha repetido muchas veces una frase de Bataille: Por supuesto que cualquier forma de arte puede existir independientemente del deseo de prodigio. Pero cualquier obra de la que esté ausente ese deseo no es una gran obra. Aquí encontramos ambas cosas, se une razón y emoción, deseo y prodigio.
No puedo dejar de mencionar a sus traductoras, Flora Botton Burlá y María Teresa Gallego Urrutia que han sido capaces de trasladar, con un trabajo impecable, toda la sensibilidad poética del autor a nuestra lengua.
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