Damaris Hurtado Pérez: Sorolla, pintor de niños
La infancia fue uno de los asuntos más frecuentemente cultivados por Sorolla y sus pinturas de niños le valieron algunos de los mayores reconocimientos de su carrera, aunque hasta la fecha ninguna exposición se había centrado en este aspecto de su producción.
Bajo el comisariado de Sonia Martínez Requena y Covadonga Pitarch Ángulo, su Museo en Madrid presenta ahora La edad dichosa. La infancia en la pintura de Sorolla, una revisión de la consideración de la infancia en España en torno al 1900 a partir de la obra del valenciano; ese enfoque social nos permitirá contemplar estos lienzos desde perspectivas más complejas que las meramente costumbristas, incorporando reflexiones sobre el estatus social, el trabajo y el juego, el estudio y el divertimento, la enfermedad o el desamparo. No faltan en el recorrido algunas de sus escenas más célebres, como las llamadas por el mismo autor “de alegría del agua”, pero también se exhibirán por primera vez al público piezas inéditas.
Se inicia la muestra con una sección dedicada a la familia que el artista formó junto a Clotilde García del Castillo, a la que estuvo siempre eminentemente apegado, quizá por haber quedado huérfano con tan solo dos años. En su esposa y sus tres hijos encontraría una fuente de larga inspiración; les dedicó escenas donde captaría una nueva intimidad, inaudita hasta la época contemporánea en las imágenes de grupos familiares, y un concepto de maternidad tierna y devota que también habría ido tomando cuerpo en el arte decimonónico y no anterior (El primer hijo, Madre).
Joaquín Sorolla. Primer hijo, 1890. Colección particular |
Justamente los retratos de sus hijos se encuentran entre los mejores que realizó de niños, seguramente por la relación estrecha con los modelos y por la libertad que le concedía pintar para sí mismo, pero veremos además, y por primera vez, un conjunto de obras infantiles de este género realizadas por encargo y ciñéndose, por tanto, al gusto de los comitentes, aunque siendo fiel a su personal naturalismo. Proceden, estos trabajos, de colecciones particulares.
Un segundo apartado de la exposición se zambulle ya en la presencia en la obra de Sorolla del nuevo entendimiento de la infancia propio de su tiempo: fue a finales del siglo XIX y principios del XX cuando se asentó la idea de que aquella era una etapa vital con características propias y no una suerte de mera preparación para la madurez. Difundidas las ideas ilustradas y rousseaunianas sobre una niñez para el gozo y el aprendizaje (otro asunto sería su aplicación por el filósofo que las alumbró), se entendió que juego y estudio debían dominar el tiempo de los menores si se quería avanzar hacia una mejor sociedad futura y poblaron muchos trabajos de este autor críos aplicados en sus lecciones, disfrutando con muñecas o barcos o, en la mayoría de los casos, divirtiéndose en la playa.
Esas escenas junto al mar, además de transmitir el optimismo y la felicidad de sus protagonistas, le permitirían a Sorolla estudiar los efectos de la luz rebotando en las telas blancas o brillando en las olas; lo apreciamos en La hora del baño. Sus niños que ascienden por rocas, descansan en la arena o corren por la playa contienen el espíritu de un tiempo irrepetible, aquí plasmado como arcadia a perder con la edad.
Joaquín Sorolla. Saltando a la comba, La Granja, 1907. Museo Sorolla |
Pero el artista también se sumergió en otras infancias y las recoge, asimismo, esta exhibición: además de llevar a sus pinceles a hijos de familias burguesas, a los suyos propios y niños despreocupados a la orilla del mar, atendió a los que, nacidos en clases sociales más humildes, se veían obligados a trabajar para sostener a sus hermanos o padecían enfermedad. En su reflejo no trató este autor de introducir en su obra atisbo de crítica social y no personificó en sus modelos las desigualdades o la pobreza, pero en cualquier caso tampoco esquivó la miseria: presentó a los pequeños desarrollando todo tipo de actividades manuales, también las vinculadas a la pesca.
Respecto a la representación de la enfermedad, no podía faltar en esta exhibición un estudio para ¡Triste herencia!, obra que le costó, como el propio pintor explicó, arduos esfuerzos por más que supusiera su consagración dentro y fuera de España:
Sufrí terriblemente cuando lo pinté. Tuve que forzarme todo el tiempo. Nunca volveré a pintar un tema como ese.
La imagen nació casi por casualidad, de un Sorolla conmovido:
Un día estaba yo trabajando de lleno en uno de mis estudios de la pesca valenciana, cuando descubrí de lejos unos cuantos muchachos desnudos dentro, y a la orilla del mar y vigilándolos la vigorosa figura de un fraile. Parece ser que eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios, el más triste desecho de la sociedad: ciegos, locos, tullidos y leprosos. No puedo explicarle a usted cuanto me impresionaron, tanto que no perdí tiempo para obtener un permiso para trabajar sobre el terreno, y allí mismo, al lado de la orilla del agua, hice mi pintura.
El agua esta vez nos la ofrece oscura, con un toque inquietante, como inquietan las pinturas que cierran el recorrido y que suponen el contrapunto a las anteriores maternidades alegres: niños en sus últimas horas (Cabeza de niño en el lecho, inédita hasta ahora), eco de un tiempo en que la mortalidad infantil era aún elevada.
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Joaquín Sorolla. Los farolillos, 1891. Universidad Complutense de Madrid |
Puedes disfrutar de la muestra La edad dichosa. La infancia en la pintura de Sorolla en el Museo Sorolla, C/ General Martínez Campos, 37, Madrid, desde el 1 de febrero al 19 de junio de 2022.
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