Mass, cuatro formas para un dolor

Damaris Hurtado Pérez - Mass cuatro formas para un dolor

 

Cuesta trabajo pensar que Mass es una ópera prima, pero así es: se trata del primer largometraje que dirige Fran Kranz, joven actor californiano al que muchos pueden recordar por su participación en películas de cariz tan diverso como La cabaña en el bosque, Mucho ruido y pocas nueces​ y The Dark Tower.

Tiene poco que ver con ellas, su estreno como cineasta, una inmersión en los infiernos y en la pena sin salir de una habitación. Su esquema evoca, casi desde el primer momento, el de Un dios salvaje de Polanski, filme basado en un texto de Yasmina Reza que reunía, en un salón, a los padres de un niño agresor y a los del herido y que terminaba desnudando violentamente la psicología de cada uno de los matrimonios, bastante más incapaces de tratar de comprenderse que sus hijos.

Dos parejas también se citan en Mass, en una de las salas adyacentes a una iglesia, lugar elegido por lo delicado de su encuentro: se trata esta vez de los padres del adolescente responsable de una matanza en un instituto estadounidense y los de una de sus víctimas: un muchacho fallecido, además, tras largos minutos de sufrimiento y agonía. El escenario, por tanto, de la conversación, es en principio lo único amigable y no hostil para los protagonistas, y en él nada nos distrae de su dolor; en el guion tampoco hay lugar para las anécdotas, sí para las fórmulas corteses y los silencios previos a la expresión de las emociones, que terminan abriéndose camino no sin una entendible dificultad.

Damaris Hurtado Pérez - Mass poster

 

Ambos hijos han muerto, uno de ellos tras una vida razonablemente feliz; el otro, tras años de tormento, silencio y conatos violentos. Nos hemos acostumbrado a escuchar periódicamente estas tragedias en los telediarios como si se tratara de un mal inevitable; Gus van Sant nos introdujo, en Elephant, en los desequilibrados días previos de unos jóvenes asesinos múltiples, pero quizá hasta ahora no se había acercado tanto el cine a las consecuencias de esos episodios: la tortura padecida por las familias de unos y otros, los que quieren entenderlo todo sobre las razones de quien mata, los que se preguntan si hubiera sido mejor que su hijo no hubiese nacido, los que se han resignado a aceptar lo que parece imposible para poder seguir adelante. A los cuatro, en este caso, los une, seguramente, el cansancio; su vida en suspenso desde los asesinatos, ocurridos algún tiempo atrás.

La manera de afrontar el duelo de cada uno de ellos es distinta, una de las parejas ha de manejar también la culpa, y esas diferencias y semejanzas se ponen de manifiesto en una conversación que evoluciona desde la frialdad incómoda del principio a las exigencias de explicaciones y la tensión (no os distéis cuenta, no hicisteis lo suficiente) y a una comprensión última de que el dolor lo comparten los cuatro y de que ya nada tiene remedio; el perdón final puede resultar algo abrupto al espectador, pero la madre del asesinado lo plantea como única opción posible para continuar reconociéndose a sí misma y a su familia, manteniendo el recuerdo correcto de su hijo. Jason Isaacs, Martha Plimpton, Reed Birney y Ann Dowd aportan interpretaciones medidas y limpias a una trama en la que cada gesto importa: todo el relato pasa por sus rostros, sus expresiones de ira, pena o concentración.

Esa es la razón, junto a lo depurado de la escenografía, de que sea fácil imaginar una adaptación teatral de Mass (no tenemos duda de que ocurrirá) y resulta, a la vez, relevante, que un actor con experiencia sobre todo cinematográfica y televisiva haya optado por ponerse al frente de una obra de estas características, osada en su desnudez. No es fácil lograr buenos frutos al asociar ecos de tablas y cine y podemos decir que lo ha logrado a la primera, construyendo cuatro dramas diferentes, haciendo hincapié en una gestualidad imposible de captar en un teatro y manejando con acierto los silencios.

 

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